Agosto de 1911

Agosto de 1911. Un hombre solitario apareció caminando desde el desierto californiano, con la piel pegada a los huesos y el rostro cansado. No hablaba inglés, no tenía pertenencias y no dijo su nombre. Era el último de su pueblo, los yahi, casi exterminados por los colonos durante la fiebre del oro. Los antropólogos lo llamaron Ishi, que significaba hombre. Lo llevaron a un museo en San Francisco, donde se convirtió en un puente viviente hacia su cultura desvanecida. Allí enseñó a tallar flechas, encender fuego y compartió las palabras de su lengua olvidada. Muchos esperaban ver a un salvaje, pero encontraron a un ser humano lleno de sabiduría, humor y paz. Murió de tuberculosis en 1916. Ishi no fue solo un símbolo de desaparición, sino el testigo vivo de un pueblo arrasado. Aunque su voz se apagó, su eco todavía vive entre nosotros. Algunas vidas, por más silenciadas que estén, hablan para siempre.